martes, 24 de junio de 2008

YO TUVE UN HERMANO-Cortázar y el Che, entre cronopios y famas-Por Claudia Korol-http://lanauseafpds.blogspot.com



YO TUVE UN HERMANO
“Yo tuve un hermano”… escribió Cortázar cuarenta años atrás, cuando los diarios decían que habían asesinado al Che. Y sin nombrarlo, Julio fue escribiendo el poema de una fraternidad inspirada en la necesidad de cambiar al mundo. “No nos vimos nunca, pero no importaba”. “Lo quise a mi modo, le tomé su voz libre como el agua”.
“Lo quise a mi modo”…
¿Cómo será el modo cortazariano de querer a un che? Una de las maneras, seguramente, fue tomar libremente su voz para escribir junto a él historias, imaginando y contando sentires, sin necesidad de volcar en el relato la descripción “realista” de una vivencia, sino como el intento posible de volverse dos, trabajando en un texto común, entreverado en la pasión compartida de hacer la vida más humana.
Estoy hablando de Cortázar y del Che, de cronopios y de famas, de esperanzas y derrotas, de sueños inacabados y de batallas que esperan nuevos turnos. Estoy hablando de amores y palabras, de gestos y silencios. De búsquedas que motivaron a ambos argentinos, que se volvieron latinoamericanos y universales a fuerza de alejarse del territorio conocido como patria. Dos tipos que al tiempo que se distanciaban se iban acercando, ampliando las nociones que constituyen nuestra propia identidad como pueblo y como nación. Caballeros andantes de causas justas, ganadas o perdidas, dos apasionados que se revolucionaron en la expansión de su territorio vital.
El camino de ambos hacia nuestro corazón tuvo el signo de la distancia, y un puerto de tránsito de sus respectivas maneras de comprender el mundo: la Revolución Cubana. Escribió Cortázar a su amigo Roberto Fernández Retamar: “El contacto personal con las realizaciones de la Revolución, la amistad y el diálogo con escritores y artistas, lo positivo y lo negativo que ví y compartí en ese primer viaje, actuaron doblemente en mí. Por un lado tocaba otra vez la realidad latinoamericana, de la que tan lejos me había sentido en el terreno personal, y por otro lado asistía cotidianamente a la dura y a veces desesperada tarea de edificar el socialismo, en un país tan poco preparado en muchos aspectos, y tan abierto a los riesgos más inminentes. Pero entonces sentí que esa doble experiencia no era doble en el fondo, y ese brusco descubrimiento me deslumbró. Sin razonarlo, sin análisis previo, viví de pronto el sentimiento maravilloso de que mi camino ideológico coincidiera con mi retorno latinoamericano; de que esa Revolución, la primera revolución socialista que me era dado seguir de cerca, fuera una revolución latinoamericana. Guardo la esperanza de que mi segunda visita a Cuba, tres años más tarde, te haya mostrado que ese deslumbramiento y esa alegría no se quedaron en mero goce personal. Ahora me sentía situado en un punto donde convergían y se conciliaban mi convicción en un futuro socialista de la humanidad y mi regreso individual y sentimental a una Latinoamérica de la que me había marchado sin mirar hacia atrás mucho antes”.
Cuando Cortázar descubrió la revolución cubana, se hermanó “a primera vista” con aquellos cronopios que se embarcaron en un yate anunciando que liberarían Cuba, y que no sólo lo anunciaron sino que lo hicieron. Aventura como aquella no había imaginado Julio en sus mejores cuentos. Por ello, luego de leer el relato escrito por el Che sobre el desastre producido después del desembarco en Alegría de Pío, re-escribió a su gusto la escena en el cuento “Reunión”.
“Se me hace tan bien recordar un tema de Mozart que me ha acompañado desde siempre, el movimiento inicial del cuarteto La caza, la evocación del halalí en la mansa voz de los violines, esa trasposición de una ceremonia salvaje a un claro goce pensativo. Lo pienso, lo repito, lo canturreo en la memoria, y siento al mismo tiempo cómo la melodía y el dibujo de la copa del árbol contra el cielo se van acercando, traban amistad, se tantean una y otra vez hasta que el dibujo se ordena de pronto en la presencia visible de la melodía, un ritmo que sale de una rama baja, casi a la altura de mi cabeza, remonta hasta cierta altura y se abre como un abanico de tallos, mientras el segundo violín es esa rama más delgada que se yuxtapone para confundir sus hojas en un punto situado a la derecha, hacia el final de la frase, y dejarla terminar para que el ojo descienda por el tronco y pueda, si quiere, repetir la melodía. Y todo eso es también nuestra rebelión, es lo que estamos haciendo, aunque Mozart y el árbol no puedan saberlo, también nosotros a nuestra manera hemos querido trasponer una torpe guerra a un orden que le dé sentido, la justifique y en último término la lleve a una victoria que sea como la restitución de una melodía después de tantos años de roncos cuernos de caza, que sea ese allegro final que sucede al adagio como un encuentro con la luz. Lo que se divertiría Luis si supiera que en este momento lo estoy comparando con Mozart, viéndolo ordenar poco a poco esta insensatez, alzarla hasta su razón primordial que aniquila con su evidencia y su desmesura todas las prudentes razones temporales. Pero qué amarga, qué desesperada tarea la de ser un músico de hombres, por encima del barro y la metralla y el desaliento urdir ese canto que creíamos imposible, el canto que trabará amistad con la copa de los árboles, con la tierra devuelta a sus hijos”.
Se cuenta que al Che, que vivió la aventura, no lo conmovió el cuento “Reunión” que lo tenía como protagonista inesperado de su propia historia. A propósito de esto le escribe Cortázar a Retamar: “Es natural que al Che mi cuento le resulte poco interesante (no lo dices tú, pero yo había recibido otras noticias que me lo hacen suponer). Una sola cosa cuenta, y es que en ese relato no hay nada "personal". ¿Qué puedo saber yo del Che y de lo que sentía o pensaba, mientras se abría paso hacia la Sierra Maestra? La verdad es que en ese cuento él es un poco (mutatis mutandi, naturalmente) lo que fue Charlie Parker en "El perseguidor". Catalizadores, símbolos de grandes fuerzas, de maravillosos momentos del hombre. El poeta, el cuentista, los elige sin pedirles permiso; ellos son ya de todos, porque por un momento han superado la mera condición del individuo”.
El Che, el perseguidor de sueños, encontraba así otras maneras de multiplicarse. Así se novelaba su vida de novela, tiempo después de aquel momento en que el joven Guevara partiera de Argentina, para recorrer y rehacer caminos. Fue precisamente en una de esas andanzas por el continente, en las que Ernesto se volvió che, y fue en otra, en la que se mundializó como Che. El viaje, el camino, fue constitutivo de su identidad. Autonauta en una ruta que no tenía fin, que no tenía descanso, el Che escribía en la carta dirigida a Aníbal Quijano conocida después como “El socialismo y el hombre en Cuba”: “El revolucionario, motor ideológico de la revolución dentro de su partido, se consume en esa actividad ininterrumpida que no tiene más fin que la muerte, a menos que la construcción se logre en escala mundial”. El sueño del Che era guevariar al mundo de manera ininterrumpida. Y en ese sueño vivió su vida y su propia muerte.
Años después, al partir de Cuba, en abril de 1965, para iniciar un recorrido que tenía en su mapa de ruta el país de origen, escribía a sus padres: “… Otra vez siento bajo mis talones el costillar de Rocinante, vuelvo al camino con mi adarga al brazo. Hace de esto casi diez años, les escribí otra carta de despedida. Según recuerdo, me lamentaba de no ser mejor soldado y mejor médico; lo segundo ya no me interesa, soldado no soy tan malo. Nada ha cambiado en esencia, salvo que soy mucho más conciente, mi marxismo está enraizado y depurado. Creo en la lucha armada como única solución para los pueblos que luchan por liberarse y soy consecuente con mis creencias. Muchos me dirán aventurero, y lo soy, sólo que de un tipo diferente y de los que ponen el pellejo para demostrar sus verdades. … Puede ser que ésta sea la definitiva. No lo busco pero está dentro del cálculo lógico de probabilidades. Si es así, va un último abrazo. Acuérdense de vez en cuando de este pequeño condottieri del siglo XX”.
En la novela de aventuras que escribía con su vida, con su pellejo demostrando verdades, el Che jugaba no sólo con sus convicciones, sino también con la posibilidad de alentar el espacio de imaginación imprescindible para desafiar los crudos cálculos de quienes hacen teorías para justificar la pasividad, la inacción, el conformismo. No recurría al Quijote por casualidad ni por vanidad. Buscaba claves en la cultura acumulada en la historia de la humanidad. Creía en la literatura que abre horizontes a quienes pelean contra molinos de viento, y a quienes lo hacen contra fuerzas aún más poderosas como son las del imperialismo, las fuerzas del capitalismo mundial. Lo hacía también porque creía que era posible derrotarlas, y jugó lo que tenía en esa creencia: su propia vida.
Si no fue “Reunión” el lugar de encuentro de Cortázar y el Che, sí lo fue la búsqueda compartida por ambos del hombre nuevo. El Che lo concebía como aquel ser humano capaz de superar en su práctica cotidiana, los valores, las ideas y hasta el sentido común que se construyeron milenariamente, para enseñar a dominar o a vivir la dominación como natural. La búsqueda del Che cada vez más precisa a lo largo de su vida, era terminar no sólo con la explotación del hombre por el hombre, sino también con la alienación. Soñaba y empujaba prácticamente la realización del socialismo, no sólo como un modo de producción y distribución más equitativo, sino también –y fundamentalmente- como un hecho de conciencia.
En “El socialismo y el hombre en Cuba” el Che escribía: “Persiguiendo la quimera de realizar el socialismo con la ayuda de las armas melladas que nos legara el capitalismo (la mercancía como célula económica, la rentabilidad, el interés material individual como palanca, etc.), se puede llegar a un callejón sin salida. Y se arriba allí tras recorrer una larga distancia en la que los caminos se entrecruzan muchas veces y donde es difícil percibir el momento en que se equivocó la ruta. Entre tanto, la base económica adaptada ha hecho su trabajo de zapa sobre el desarrollo de la conciencia. Para construir el comunismo, simultáneamente con la base material hay que hacer al hombre nuevo”.
El Che alertaba sobre el peligro de equivocar la ruta, y de no percibirlo. Nos hablaba del riesgo de quedarnos dando vueltas en un callejón sin salida. Pasaron años antes de que comprendiéramos que el Che nos estaba diciendo, a su manera, que somos autonautas extraviados, y que se trata de buscar una vez más el camino, no recurriendo a las armas melladas del capitalismo, sino creando, inventando si fuera necesario, nuestras propias armas. Imaginando nuestros propios atajos.
Desde la trinchera literaria que eligió Cortázar para realizar su compromiso, problematizó el tema del hombre nuevo: “La noción del hombre nuevo -escribió- surge inevitablemente. Entonces, claro, empiezan los problemas en este ajedrez humano, demasiado humano. Para empezar: ¿en qué medida puede gestarse el hombre nuevo? ¿quién conoce los parámetros? Hay un esquema ilusorio que rápidamente deriva al sectarismo y al empobrecimiento de la entidad humana: el de querer crear un tipo de revolucionario permanente, considerado a priori como bueno, abnegado, etc.. Como bien lo supieron en Cuba, esta idealización entraña la negación de todas las ambivalencias libidinales, de las pulsiones irracionales; en última instancia se traduce en cosas tales como la condena del temperamento homosexual, del individualismo intelectual, cuando se expresa en actitudes críticas o en actividades aparentemente desvinculadas del esfuerzo revolucionario, y puede abarcar en su repulsa al sentimiento religioso, considerado como un resabio reaccionario. En Cuba hace rato que las tentativas parciales por imponer el esquema idealista del hombre nuevo, han cedido a una visión más abierta, que se hace sentir positivamente en todos los planos, desde el intelectual hasta el lúdico y el erótico; nadie sabe en verdad, cómo deberá ser el hombre nuevo, pero en cambio los cubanos parecen saber cuál es la cuota de hombre viejo, que no se le puede quitar sin mutilar irremisiblemente”.
Che y Cortázar cruzaban sensibilidades diferentes en el intento común de romper los costados del orden establecido, que sirvió durante tantos años para perpetuar la dominación, y con lo que de esa dominación perdura culturalmente en la obra de los revolucionarios. A poco de andar, ambos comprendieron que así como hay un enemigo externo a combatir y a derrotar, hay también una cultura de dominación que permea nuestras costumbres, que modela nuestro sentido común, y nuestra manera de pensar y de estar en el mundo.
Que es necesario revolucionar los sentidos tanto como las ideas, para cambiar las prácticas y las teorías que éstas nombran.
La batalla por el hombre nuevo -también por la nueva mujer, agrego-, no es así una ingenua convocatoria a concentrar en una figura ideal o idealizada una sumatoria de virtudes; no es tampoco la apelación a una fe casi religiosa que se expresa en una moral ordenada por las categorías binarias del bien y del mal. La batalla guevariana y cortazariana por el hombre nuevo se inscribe en un gigantesco esfuerzo colectivo de conjugación de prácticas y teorías, sentimientos y sentidos, imaginación y audacia, en la que el hombre viejo presentará en defensa propia y para conservar sus privilegios, todas las mañas aprendidas, sus recursos añejos, la fuerza apoyada en la costumbre.
En la creación del hombre nuevo y de la nueva mujer, una y otra vez habrá que reiniciar la marcha, en la que no alcanzarán los libros leídos, los estudios realizados, ni las glorias acumuladas en cada historia individual. Los gladiadores y gladiadoras de esta batalla, caerán y se levantarán en nuestros cuerpos muchas veces, tantas como sea necesario, porque no hay un fin de la historia, sino muchos principios y muchas contramarchas.
Pero aún percibiendo quizás con más agudeza que muchos contemporáneos los obstáculos que se presentan en la creación socialista, esto lejos de significar desaliento, era precisamente un estímulo para cronopios que no querían ser famas. Escribió Cortázar: "Más que nunca creo que la lucha en pro del socialismo latinoamericano debe enfrentar el horror cotidiano con la única actitud que un día le dará la victoria: cuidando precisamente, celosamente, la capacidad de vivir tal como la queremos para ese futuro, con todo lo que supone de amor, de juego y de alegría".
Amor, juego y alegría. La apuesta de Julio. Y en la apuesta estaba también el dolor de los años de espanto, y el compromiso fraternal, el deber solidario, la apuesta a la denuncia y el riesgo del silencio.
Amor, juego y alegría, sin embargo… para luchar por el socialismo.
En estas batallas latinoamericanas, tuvimos en Julio un compañero obstinado. En una carta, publicada por la revista Casa de las Américas en homenaje a Cortázar, el poeta Juan Gelman le escribía a Julio: “hace mucho que nos acompañás, compañereás. Hacia 1971 (por ejemplo), paco urondo te envió a parís un recorte de periódico argentino: algunas pocas líneas informaban sobre una acción armada contra la dictadura militar. Paco había participado en la acción, y te lo hacía saber de esa manera. Porque lo acompañaste entonces, fue la primera vez que paco se jugó la vida, y allí estuviste vos. Paco se jugó la vida en nombre de la dignidad, contra el dolor, por la belleza. Lo acompañaban miles de padeceres, y su desprecio por este mundo vil, y también vos, tu dignidad, tu belleza, tu apuesta contra este mundo vil”.
Julio, el hermano del Che, de Paco, de Juan, acompañó de diferentes maneras las distintas resistencias. Hay numerosos escritos de presos políticos latinoamericanos que cuentan que conocieron a Cortázar en la cárcel, a través de sus escritos. Y los militantes del exilio saben de las numerosas actividades en las que participó Julio, promoviendo formas concretas de solidaridad, como la donación que realizó de los derechos de autor de sus libros para la resistencia chi- lena, para los presos políticos argentinos, o para la revolución sandinista. Este compromiso consecuente fue uno de los factores que condujeron a la prohibición de sus libros por parte de las dictaduras.
Dicen que en esos años en que su obra estaba prohibida en la Argentina, su mamá le escribió algunas cartas en las que lo retaba, llamándolo perezoso. “Tienes que trabajar más, antes salían artículos tuyos en los diarios o reseñas de los libros que publicabas, pero desde hace mucho tiempo ni una sola línea”.
Julio se reía e ideaba maneras de romper las alambradas culturales tendidas por la dictadura, proponiendo el envío de libros por correo, escribiendo en revistas extranjeras que pudieran llegar por distintos caminos a la resistencia latinoamericana, o hablando afuera, de lo que ocurría acá adentro. Intentando cruzar de una ventana a otra ventana, por un camino inventado para burlar toda vigilancia.
Sabía que no hay recorridos históricos ni humanos trazados a priori de los seres humanos que los transitan; y descubrió tempranamente el lugar de la subjetividad en la creación de una cultura de resistencia. Escribía en Rayuela: “Había vivido lo suficiente para sospechar eso que, pegado a las narices de cualquiera, se le escapa con la mayor frecuencia: el peso del sujeto en la noción del objeto. La Maga era de las pocas que no olvidaban jamás que la cara de un tipo influía siempre en la idea que pudiera hacerse del comunismo o la civilización cretomicénica, y que la forma de sus manos estaba presente en lo que su dueño pudiera sentir frente a Ghirlandaio o Dostoievski. Por eso Oliveira tendía a admitir que su grupo sanguíneo, el hecho de haber pasado la infancia rodeado de tíos majestuosos, unos amores contrariados en la adolescencia, y una facilidad para la astenia, podían ser factores de primer orden en su cosmovisión. Era clase media, era porteño, era colegio nacional, y esas cosas no se arreglan así nomás”.
Esas cosas no se arreglan así nomás. Tal vez por ello Julio constataba que su manera de estar no era la que muchos le demandaban, la inscripción en una organización determinada, en un partido, en un movimiento. Por varias razones, Cortázar no se encontró con la organización que lo enamorara, o tal vez, su manera de estar en la revo lución, no atravesaba necesariamente ese camino. Puente, más que timonel, Cortázar debatió con quienes creían que existe una sola manera de expresar el compromiso militante, y a través de ellos con la tendencia existente en la izquierda, de considerar una sola verdad, la propia, como verdadera. Jugador de todos los juegos, no podía creer que hubiera un solo camino para atravesar la rayuela.
Sabía que hay distintas rayuelas, y distintas formas de alcanzar el cielo, que como también destacó en su obra, no es un cielo jerárquico que queda en algún lugar allá arriba, sino que es un cielo que se encuentra en el mismo nivel que la tierra.
También el Che descreyó del cielo del Olimpo, cuando volvió a cargar en sus espaldas la mochila guerrillera y se hizo anónimo combatiente en el Congo y en Bolivia, cuando se desparramó en la Quebrada del Yuro, cuando pasó imperceptiblemente de ser el comandante Guevara, a ser San Ernesto de la Higuera. Juego de espejos. El clandestino juego de las escondidas, la mancha verde oliva. La estrella no en el cielo sino en la boina. Cuando supo de su caída, en octubre de 1967, Cortázar no pudo más que llorar. “El Che ha muerto y a mí no me queda más que silencio, hasta quién sabe cuándo”, escribió entonces… y luego finalizaba su poema… “No nos vimos nunca, pero no importaba. Mi hermano despierto, mientras yo dormía. Mi hermano mostrándome, detrás de la noche, su estrella elegida”.
Hablo de Cortázar y del Che. De la revolución que espera, del juego que continúa, de la alegría que renace en cada cronopio que se resiste a volverse fama.