lunes, 16 de junio de 2008

62-modelo para armar

Entro de noche a mi ciudad, yo bajo a mi ciudad
donde me esperan o me duelen, donde tengo que huir
de alguna abominable cita, de lo que ya no tiene nombre,
una cita con dedos, con pedazos de carne en un armario,
con una ducha que no encuentro, en mi ciudad hay duchas,
hay un canal que corta por el medio mi ciudad
y navío enormes sin mástiles pasan en un silencio intolerable
hacia un destino que conozco pero que olvido al regresar,
hacia un destino que niega mi ciudad
donde nadie se embarca, donde se está para quedarse
aunque los barcos pasen y desde el liso puente alguno esté
mirando mi ciudad.
Entro sin saber cómo en mi ciudad, a veces otras noches
salgo a calles o casas y sé que no es mi ciudad,
mi ciudad la conozco por una expectativa agazapada,
algo que no es el miedo todavía pero tiene su forma y su perro
y cuando es mi ciudad
sé que primero habrá el mercado con portales y con tiendas
de frutas,
los rieles relucientes de un tranvía que se pierde hacia un
rumbo
donde fui joven pero no en mi ciudad, un barrio como el Once
en Buenos Aires, un olor a colegio,
paredones tranquilos y un blanco cenotafio, la calle
Veinticuatro de Noviembre
quizás, donde no hay cenotafios pero está en mi ciudad
cuando es su noche.
Entro por el mercado que condensa el relente de un presagio
indiferente todavía, amenaza benévola, allí me miran las
fruteras
y me emplazan, plantan en mí el deseo, llegar adonde es
necesario y podredumbre,
lo podrido es la llave secreta en mi ciudad, una fecal industria
de jazmines de cera,
la calle que serpea, que me lleva al encuentro con eso que no
sé,
las caras de las pescaderas, sus ojos que no miran y es el
emplazamiento,
y entonces el hotel, el de esta noche porque mañana o algún
día será otro,
mi ciudad es hoteles infinitos y siempre el mismo hotel,
verandas tropicales de cañas y persianas y vagos mosquiteros
y un olor a canela y azafrán,
habitaciones que se siguen con sus empapelados claros, sus
sillones de mimbre
y los ventiladores en un cielo rosa, con puertas que no dan
nada,
que dan a otras habitaciones donde hay ventiladores y más
puertas,
eslabones secretos de la cita, y hay que entrar y seguir por el
hotel desierto
y a veces es un ascensor, en mi ciudad hay tantos ascensores,
hay casi siempre un ascensor
donde el miedo ya empieza a coagularse, pero otras veces
estará vacío,
cuando es peor están vacíos y yo debo viajar
interminablemente
hasta que cesa de subir y se desliza horizontal, en mi ciudad
los ascensores como cajas de vidrio que avanzan en zig-zag
cruzan puentes cubiertos entre dos edificios y abajo se abre la
ciudad y crece el vértigo
porque entraré otra vez en el hotel o en las deshabitadas
galerías de algo
que ya no es el hotel, la mansión infinita a la que llevan
todos los ascensores y las puertas, todas las galerías,
y hay que salir del ascensor y buscar una ducha o un retrete
porque sí, sinrazones, porque la cita es una ducha o un retrete
y no es la cita,
buscar la dicha en calzoncillos, con un jabón y un peine
pero siempre sin toalla, hay que encontrar la toalla y el
retrete,
mi ciudad es retretes incontables, sucios, con portezuelas de
mirillas
sin cerrojos, apestando a amoníaco, y las duchas
están en una misma enorme cuadra con el piso mugriento
y una circulación de gentes que no tienen figura pero que
están ahí
en las duchas, llenando los retretes donde también están as
duchas,
donde debo bañarme pero no hay toallas y no hay
donde posar el peine y el jabón, donde dejar la ropa, porque a
veces
estoy vestido en mi ciudad y después de la ducha iré a la cita,
andaré por la calle de las altas aceras, una calle que existe en
mi ciudad
y que sale hacia el campo, me aleja del canal y los tranvías
y por sus torpes aceras de ladrillos gastados y sus setos,
sus encuentros hostiles, sus caballos fantasmas y su olor de
desgracia.
Entonces andaré por mi ciudad y entraré en el hotel
y del hotel saldré a la zona de los retretes rezumantes de orín
y de excremento,
o contigo estaré, amor mío, porque contigo yo he bajado
alguna vez a mi ciudad
y en un tranvía espeso de ajenos pasajeros sin figura he
comprendido
que la abominación se aproximaba, que iba a ocurrir el Perro,
y he querido
tenerte contra mí, guardarte del espanto,
pero nos separan tantos cuerpos, y cuando te obligaban a
bajar entre un confuso movimiento
no he podido seguirte, he luchado con la goma insidiosa de
solapas y caras,
con una guarda impasible y la velocidad y campanillas,
hasta arrancarme en una esquina y saltar y estar solo en una
plaza del crepúsculo
y saber que gritabas y gritabas perdida en mi ciudad, tan
cerca e inhallable,
pero siempre perdida en mi ciudad, y eso era el Perro era la
cita,
inapelablemente era la cita, separados por siempre en mi
ciudad donde
no habría hoteles para ti ni ascensores ni duchas, un horror de
estar sola mientras alguien
se acercaría sin hablar para apoyarte un dedo pálido en la
boca.
O la variante, estar mirando mi ciudad desde la borda
del navío sin mástiles que atraviesa el canal, un silencio de
arañas
y un suspendido deslizarse hacia ese rumbo que no
alcanzaremos
porque en algún momento ya no hay barco, todo es andén y
equivocados trenes,
las perdidas maletas, las innúmeras vías
y los trenes inmóviles que bruscamente se desplazan y ya no
es andén,
hay que cruzar para encontrar el tren y las maletas se han
perdido
y nadie sabe nada, todo es olor a brea y a uniformes de
guardas impasibles
hasta trepar a ese vagón que va a salir, y recorrer un tren que
no termina nunca
donde la gente apelmazada duerme en las habitaciones de
fatigados muebles,
con cortinas oscuras y una respiración de polvo y de cerveza,
y habrá que andar hasta el final del tren porque en alguna
parte hay que encontrarse,
sin que se sepa quién, la cita era con alguien que no se sabe y
se ha perdido las maletas
y tú, de tiempo en tiempo, estás también en la estación pero
tu tren
es otro tren, tu Perro es otro Perro, no nos encontraremos,
amor mío,
te perderé otra vez en el tranvía o en el tren, en calzoncillos
correré
por entre gentes apiñadas y durmiendo en los
compartimientos donde una luz violeta
ciega los polvorientos paños, las cortinas que ocultan mi
ciudad.

JULIO CORTAZAR
(DE 62-MODELO PARA ARMAR)