Resulta que Woody estaba sentado en su asiento del metro como todos los días. Miraba a un lado y al otro y solo encontraba rostros grises, destilando tristeza. La atmósfera del vagón era densa y turbia, con solo girar la cabeza a un costado podía encontrarse a un lado el otro tren, detenido, esperando el arribo de los pasajeros de ese horario.
En ese otro tren todo era una fiesta, los pómulos de las personas eran rojos y contrastaba la vista con su vagón. Hasta que la vio. La mina era la mujer de su vida, no podía dejar de estremecerse con la energía de la que se cargaba al mirarla.
Así pasaron algunos días mas. Hasta que llegando puntualmente a su tren salió disparado hacia el andén, corrió por las escaleras asustando a los transeúntes hasta terminar en el vagón opuesto.
En principio comenzó a rastrearla, a encontrar sus ojos como si en ello se le fuese la vida, pero OH!, no solo no estaba la mina sino que el vagón era toda esa repugnante escena que vivió día a día en el suyo, al que agitado ya no volvería. Terminó sentado junto a esa ventanilla opuesta en la que durante años veía asomarse la felicidad.
Cuando empezó a sentir moverse los durmientes bajo sus pies y el ruido de la locomotora anticipando la partida, giró la cabeza.
Ella estaba ahí enfrente, lo miraba sentada desde su tren, desde su ventanilla, la gente gris parecía vestida para una fiesta.